La escencia...

Consideramos al relato de una experiencia de pesca con mosca, como algo extremadamente sensorial. Desde lo visual y literario, cada salida de pesca se expresa libre de egoísmos, despojados de los espejismos de las recetas y con la permanente e inefable búsqueda de lo bueno, lo puro y perfecto.

El Rescate del Río Foyel.

Ocurrió todo en un comienzo de temporada, en aguas abundantes de un esplendoroso río... el Foyel.

Mi compañero en la ocasión era un querido amigo, que habiendo sido mi alumno en la escuela San Huberto ya formaba parte de nuestras salidas.  Miguel, un reconocido oftalmólogo, nos había sorprendido por su cuota de adaptación a nuestros habituales campamentos.



Un viajero incansable, con más millas recorridas que un piloto de líneas aéreas, se reveló como un eximio acampante, gran cocinero, conocedor como pocos de todas las variantes del Tío Baco. Proveedor de exquisitos licores de su bodega, en especial aquellas entrañables ginebras alemanas que tanto contribuyeron a matizar aquellos fogones, pipa de por medio, con que rematábamos el día.

Miguel es un tipazo, de esos que todo lo que hacen realmente es en serio. Grababa mis clases, transcribía y analizaba posteriormente, generando todos los interrogantes del caso.

Como buen científico, es riguroso en la preparación de su equipo, registra con detenimiento el armado de su chaleco, presta debida atención a sus moscas y líderes, en síntesis, era el normal de esta pareja que integrábamos en ocasión de producirse los acontecimientos que pasaré a relatar.

El Foyel, a esa altura, pasa por la propiedad de un querido y entrañable amigo, a través de quien siempre tuvimos las puertas abiertas de toda esta zona, Don Ubaldo. Pese a la diferencia de edad, era parte del grupo. Participaba con tal entusiasmo de nuestras salidas que, ya de mayor, pudimos iniciarlo en la pesca con mosca.

Recreó el arte del atado con tanta dedicación que algunos de nosotros hacíamos uso de su stock.



El río a esa altura lo atravesamos por una pasarela construida para uso de la familia que visitábamos.

Esta sección, río arriba de la pasarela, discurre por un túnel formado por una profusa e intrincada vegetación de alrededor de doscientos metros. A continuación empezaría nuestro campo de operaciones.

La corriente venía con una intensidad que resultaba absurdo buscar distancia. En esas circunstancias, las truchas que de esto saben mucho, suelen ubicarse en cuanto remanso cercano a la orilla existe. Y allí comenzamos a pescar. Todo hacía presagiar uno de los tantos días gloriosos a los que este río nos tiene acostumbrados.

Comenzaron los primeros piques. Las marrones de la zona son excelentes, toda potencia. Alternativamente, Miguel o yo lográbamos una. El día pintaba mejor de lo esperado; los picos vecinos con algo de nieve, el valle relucía en verdes por todos lados.



Salvo la familia mencionada, el territorio no tiene muchos vecinos, por lo que el sonido del movimiento de animales nos sorprendió.

A unos cien metros río arriba, de un bosquecito en la margen opuesta, apareció una tropilla de alrededor de una docena de hermosos caballos. Con cautela, sorprendidos por nuestra presencia, se acercaron al río. Con un golpeteo singular, apoyaron sus belfos para saciar la sed. Estaban para la foto. El caballo cordillerano siempre me ha sorprendido por la belleza y brillo de su pelaje. Uno está muy acostumbrado al criollo bonaerense, tusado por todos lados. Aquellos con crines y colas al viento adquieren otra imagen.



Extasiados en la observación, grande fue nuestra sorpresa cuando el grupo con total decisión, entre relinchos y saltos, encararon la corriente y vadearon el río.

Con semejante desplazamiento de músculos, nuestro río estaría alborotado por un gran rato, por lo que la decisión de recuperar nuestras líneas para rumbear a otro lado, fue compartida sin expresar una palabra.

Pero tranquilizados los movimientos, la mayoría en compañía de su padrillo quedó expectante al grupo, que no habíamos percibido, quedara en la otra orilla.

Los rezagados eran una hermosa yegua tordilla, quien en compañía de dos potrillos, de uno y otro lado y entre relinchos trataba de obligarlos al cruce.

Los potrillos se diferenciaban por su tamaño, siendo pariciones diferentes el más pequeño acusaba por sus movimientos pocos días de estar entre nosotros.

Nos hubiese sido imposible permanecer indiferentes a los acontecimientos. Toda la música natural del río se había interrumpido por los relinchos que de uno y otro lado aunque indescifrable comprendíamos su sentido.

Ante el reclamo insistente del padrillo la yegua abordó la corriente a manotazos seguida por el mayor el más pequeño aunque demorado ingresó a la corriente en una improvisada natación al llegar al centro de la misma notamos que su fuerza era superada por esa masa de agua incontrolable.

En el mismo instante que la corriente lo desplazó en su trayectoria, la yegua saliendo en un esfuerzo extremo por sobre el agua, reinició el camino de vuelta mientras su potrillo empezaba arrastrado por la corriente a hundirse.

En los dos o tres remolinos que se formaban en el cauce pudimos ver asomar la jeta del animalito en su intento por recuperarse.

Simultáneamente parada en sus patas traseras y con un sonido desgarrante, sus relinchos y movimientos reflejaban lo dramático de la situación.

Por su lado el padrillo inquieto y respondiendo al llamado movía su tropa.

Todo esto en el mínimo tiempo en que la corriente había traído frente a nuestra posición al potrillo. Ver su cabeza y sus desesperados movimientos de manos en la superficie para desaparecer al instante, cuando el curso del cauce lo llevó por debajo de aquellas ramas, resultaba desgarrante.

Estos animales criados en la libertad de los grandes espacios, siempre conservan una distancia prudencial de cuanto bípedo se les cruce y, en nuestro caso, uniformados como mosqueros, no éramos un referente local al cual ellos estuviesen acostumbrados.

Pese a ello, en un tiempo casi irreal, encararon a la disparada hacia nuestra dirección, pasando junto a nosotros.

Nuestro bloqueo fue total, nos inmovilizó semejante despliegue de fuerza incontenible.
La sensación de alivio al verlos alejarse nos permitió recuperar el aliento y comprender sus motivos.

A la carrera y puro instinto, el grupo encolumnado ingresó a la corriente, liderados por el espectacular alazán y ante nuestros ojos, crearon a la disparada una barrera en movimiento que interceptó la trayectoria del agónico potrillo. Con los sucesivos golpes de cada uno de ellos y usando la corriente, depositaron al exhausto animalito en la arena de la playa, desarticulado grotescamente recibió a su madre que al galope ya estaba a su lado.

Ver a la yegua tratando a lengüetazos y relinchos de serenar al accidentado mientras el resto entre corcovos soltaban destellos de agua al viento nos hizo emocionar.

Un infinito silencio fue nuestra única expresión a base de instinto la naturaleza nos había dado una lección de vida que siempre recordaremos.END


Autor: Darío Pedemonte
Editor: Jorge Aguilar Rech
BROWN TROUT ARGENTINA. 
2.011

1 comentario:

Pablo Mercado dijo...

Hermoso relato de una experiecia que solo afortunados pueden vivir y no muchos pueden apreciar . Esto muestra a las claras la intensa relacion que existe entre esta hermosa actividad (la pesca con mosca) y la naturaleza .